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Características principales

Título del libro
Los desterrados exiliados catolicos de la Revolucion Mexicana en Texas 1914 - 1919
Autor
Yolanda Padilla Rangel
Idioma
Español
Editorial del libro
Universidad Nacional Autonoma de México

Otras características

  • Tipo de narración: Historica

  • ISBN: 9786077745167

Descripción

La autora
Yolanda Padilla Rangel nos ha vuelto a apresar con este nuevo trabajo de investigación
que lleva por título: Los desterrados. Exiliados católicos de la Revolución Mexicana en
Texas, 1914-1919.
Su interés por los temas en materia de religión ha ocupado un lugar muy importante
en su trayectoria académica; el papel de la
Iglesia católica y su impacto en la sociedad
no es, por lo tanto, nuevo entre sus afanes
intelectuales. Hace muchos años que viene trabajando esos tópicos, y lo hace desde
una perspectiva amplia, crítica, propositiva y
multi y transdisciplinaria. Baste recordar sus
libros: El catolicismo social y el movimiento
cristero en Aguascalientes, publicado por el
Instituto Cultural de Aguascalientes en 1992;
Después de la tempestad: la reorganización
católica en Aguascalientes, 1929-1950, El
Colegio de Michoacán-UAA, 2001; y Con
EN POS DE LOS HIJOS PRODIGOS.
DESBANDADA DEL EPISCOPADO MEXICANO
Luciano
Ramírez Hurtado
Padilla Rangel, Yolanda, Los desterrados.
Exiliados católicos de la Revolución
Mexicana en Texas, 1914-1919,
Universidad Autónoma de Aguascalientes,
México, 2009, 249 pp.
UAA, 2009
ISBN 978-607-7745-16-7
la Iglesia hemos topado. Catolicismo y sociedad en Aguascalientes. Un conflicto de los
años 70, ICA, 1992.
Yolanda, en buena medida, prácticamente
ha ido cubriendo el espectro de gran parte del
siglo XX, aunque también es justo reconocer
que el mosaico se ha ido complementando
con los trabajos de María Eugenia Patiño López, Religión y vida cotidiana. Los laicos católicos en Aguascalientes y de José Antonio
Gutiérrez, La labor social de la Iglesia Católica en Aguascalientes e Historia de la Iglesia
Católica en Aguascalientes, entre otros.
En cuanto a la historiografía sobre la Revolución mexicana, el libro de nuestra investigadora viene a llenar un hueco importante.
Son pocos todavía los trabajos que existen
sobre la Iglesia católica en ese periodo.
Entre los que conozco destacan la reciente
publicación de María Gabriela Aguirre Cris86
reseña
tiani, ¿Una historia compartida? Revolución
Mexicana y Catolicismo social, 1913-1924;
y los trabajos de Manuel Ceballos, El Catolicismo social, un tercero en discordia. Rerum
Novarum, la movilización social y la movilización de los católicos mexicanos (1891-
1911); Catolicismo social en México. Las
instituciones; y Catolicismo social en México. Teoría, fuentes e historiografía.
Más escasas todavía son las investigaciones sobre el exilio. Recuerdo el seminario,
coordinado por Javier García-Diego Dantán, sobre la suerte que sufrieron varios revolucionarios e intelectuales (maderistas,
villistas, constitucionalistas) y contrarrevolucionarios (huertistas y felicistas) en el extranjero (Cuba, Estados Unidos, Guatemala,
España); el libro de Carlos Tello, El exilio.
Un relato de familia, basado en fuentes primarias, narra la historia y peripecias de dos
familias que tuvieron que dejar su país con
la Revolución para irse a Francia: los Díaz
y los Casasús; y la obra de Mario Ramírez
Rancaño, La reacción mexicana y su exilio
durante la revolución de 1910.
La obra
En la portada del libro observamos la figura
de una persona de sexo masculino, de unos
sesenta años de edad, bajito, de aspecto rústico, gesto imperturbable, barba cana y crecida, vestido con pantalón de dril, saco de
lona, tocado con un sombrero de campesino.
Es Leopoldo Ruiz y Flores, el arzobispo de
Morelia (personaje de leyenda sobre el que se
podría escribir una novela de corte histórico)
que se dejó fotografiar disfrazado de trabajador del campo, cuando ingresó clandestinamente a su sede michoacana, y que fue uno de
los prelados mexicanos más importantes e inteligentes en el exilio. Por tal motivo, fue una
elección muy acertada de la autora poner esta
fotografía en la portada, pues, en mi opinión,
sintetiza el contenido de la obra.
El tema y problema que plantea la autora
están centrados en la desbandada del episcopado mexicano en 1914 y su estancia en el
extranjero durante cinco años, por motivos
político-religiosos, hasta su regreso en 1919
cuando el declive del gobierno del presidente
Venustiano Carranza se hace más que evidente. Es una historia de los ataques que sufrieron los prelados en sus respectivas sedes y
de las órdenes de aprehensión en su contra,
acusados de sedición y confabulación con el
régimen huertista; también narra la deportación, sufrimientos en el tránsito y problemas
a los que se enfrentaron en distintas ciudades
de los Estados Unidos, hasta que las condiciones políticas posibilitaron su regreso, ya
sea de manera clandestina o con el respectivo
permiso de las autoridades revolucionarias
mexicanas. Yolanda pone de relieve la amplia
y compleja red de relaciones personales e institucionales que los obispos y arzobispos habían tejido durante el Porfiriato y los primeros
años del movimiento revolucionario. La Iglesia en México se había desintegrado, y así la
autora investiga, con lujo de detalle, la manera
en que los prelados buscaron reorganizarse y
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recomponerse en el exilio. Pone énfasis en la
presencia y personalidad de personajes de la
talla de José María Mora y del Río, arzobispo primado de México y máxima autoridad
eclesiástica; Juan Herrera y Piña, obispo de
Tulancingo; Miguel de la Mora, obispo de
Zacatecas; José María Echavarría, obispo
de Saltillo; Ignacio Valdespino y Díaz, obispo de Aguascalientes; Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara; Leopoldo
Ruiz y Flores, arzobispo de Morelia; Francisco Plancarte, arzobispo de Monterrey, así
como la relación cercana que estos últimos
establecieron con Francis Clement Kelly,
“ángel guardián”, protector y campeón de la
defensa de la jerarquía eclesiástica mexicana
exiliada en el país vecino del norte.
El libro contiene cinco capítulos. En el primero, se rastrean los orígenes del conflicto y
las razones por las cuales el gobierno revolucionario de la facción carrancista asestó fuertes golpes al clero mexicano, dando cuenta de
las acciones de corte anticlerical en distintas
ciudades del país. El segundo, muy bien documentado, nos habla de cómo fueron recibidos los prelados mexicanos en su exilio en los
Estados Unidos, así como de la trayectoria e
importancia de los obispos mexicanos antes y
durante su persecución y expulsión, además
de su retorno a sus respectivas sedes. El tercero, en mi opinión, es el más flojo, pues se trata
de fichas un tanto sueltas e inconexas en las
que la autora hace un listado de las diferentes
órdenes de religiosas y religiosos que fueron
a parar a diversas poblaciones de la Unión
Americana, antes y durante el exilio, sin relacionarlas directamente con el planteamiento
general y el corpus principal del trabajo. El
cuarto, dedicado al Seminario de San Felipe
de Neri, en Castroville, aborda la necesidad
que tuvo el clero mexicano en el exilio de
crear un seminario en suelo americano, pues
era indispensable formar sacerdotes para el
futuro –los que había en México fieron confiscados por las autoridades revolucionarias–; además, es una mirada al interior, casi
a la intimidad, ya que Yolanda lo dedica a
la gestación de la idea de su creación, maduración del proyecto, opciones, problemas
para conseguir el lugar, su mantenimiento
por parte de Extension Society y caridad pública, dificultades en su organización y funcionamiento, supervisión de las autoridades
eclesiásticas norteamericanas en su administración, planta académica, clases, chismes,
rencillas, diferencias, pugnas internas, sello
personal de los diferentes rectores, aspectos
varios de la vida cotidiana, actividades y
ordenaciones, todo ello en el Seminario de
Castroville, Texas, desde su apertura en enero de 1915 hasta su cierre en marzo de 1918.
El último capítulo lo dedica a revisar cómo
fueron percibidos los clérigos mexicanos
refugiados en la Unión Americana, tomando
en cuenta las relaciones de poder y la política interior estadounidense, pues analiza la
imagen que los norteamericanos se hicieron de los refugiados, particularmente a través de Catholic Church Extension Society,
y la mirada de su protector, benefactor y vo88
reseña
cero Francis Clement Kelley quien escribió
y publicó varios textos, entre ellos Book of
Red and Yellow, en el que defendió la causa
de los exiliados mexicanos al narrar los apoyos conseguidos y las impresiones de otros
católicos estadounidenses.
El estilo literario de nuestra autora es ágil,
ameno, fluido, claro y preciso; escribe con
sencillez, sin rebuscamientos, no utiliza expresiones de difícil comprensión, aunque por
momentos la información que nos reporta se
torna repetitiva en distintos apartados y capítulos de la obra. De esta manera, la obra está
dirigida al público en general, especialmente,
al clero y a los científicos sociales.
En cuanto al tratamiento de las fuentes y
datos, la bibliografía es reducida pero suficiente para realizar una investigación de primer nivel; empleó profusamente la biografía
escrita por Vicente Camberos, Francisco El
Grande. Mons. Francisco Orozco y Jiménez,
publicada en 2 tomos por la editorial Jus en
1966; la memoria de Leopoldo Ruiz y Flores, Recuerdo de recuerdos, publicada en
1942 por la editorial Buena Prensa; y, sobre
todo, el diario de Emeterio Valverde y Téllez,
obispo de León, Biobibliografía eclesiástica
mexicana, publicada en 2 tomos en 1982 por
El Colegio de Michoacán; muy importante
también fue la consulta de la obra The Mexican Revolution and the Catholic Church, del
historiador norteamericano Robert Quirk,
publicado en 1973 por la Universidad de
Indiana; asimismo, la memoria o Memorándum del arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, texto autobiográfico
publicado en inglés en 1918 en el que narra
su furtiva entrada a México, sus actividades
clandestinas y su captura y nueva deportación
a los Estados Unidos. La fuente hemerográfica que más datos pertinentes le reportó a Yolanda, sin duda alguna, fue el Southern Messenger, localizado en San Antonio, Texas, que
es un periódico católico que se difundía en las
diócesis de El Paso, Corpus Christi, San Antonio, Galveston y Dallas, pues de esa fuente
consultó decenas de artículos anónimos que
seguían muy de cerca y paso a paso los avatares, las dificultades y los triunfos de los obispos y arzobispos mexicanos, así como demás
religiosos y religiosas tanto en ciudades norteamericanas como en suelo mexicano en relación con salidas, llegadas, persecuciones de
parte del gobierno revolucionario carrancista
y demás información relacionada con la política eclesiástica católica. Entre las fuentes
documentales, cabe destacar los archivos católicos de Texas y Chicago, particularmente,
los de la Arquidiócesis de San Antonio.
Me hubiera gustado, sin embargo, que la autora cotejara lo aseverado por Southern Messenger, Extension Magazine, Cambero, Valverde y Ruiz y Flores, con lo publicado por la
prensa norteamericana de San Antonio, Chicago y Los Ángeles, así como por los periódicos
mexicanos –todavía en época del presidente
Venustiano Carranza– de las ciudades de las
sedes episcopales (México, Morelia, Guadalajara, Oaxaca, Aguascalientes, Pachuca, etc.),
en particular a los supuestos recibimientos
89
apoteósicos por parte de sus feligreses, aunque admito que eso hubiera alargado mucho la
conclusión del proyecto. De cualquier forma,
me da la impresión de que por momentos la
autora no cuestionó la autoridad de sus fuentes
y creyó a pie juntillas lo que los informantes
dijeron. También le hubiera sido de enorme
utilidad consultar el archivo del primer jefe y
encargado del poder Ejecutivo y luego presidente de México Venustiano Carranza, me refiero al fondo XXI del Centro de Estudios de
Historia de México CONDUMEX, hoy Grupo
Carso, en donde abundan cartas, oficios, disposiciones y recortes de periódicos del gobierno del llamado Varón de Cuatro Ciénegas.
Al libro sólo, por lo menos, se le pueden
hacer un par de críticas. En primer lugar,
¿por qué no habla del “comecuras” más famoso que ha habido en Aguascalientes en
tiempos del obispo Valdespino, el profesor
y teniente coronel constitucionalista David
G. Berlanga? Ahí está el texto “Los iconoclastas” de Enrique Rodríguez Varela, en
el tomo I de Aguascalientes en la historia,
publicado en 1988; el de Todd Hartch “El
Credo Revolucionario. David Berlanga and
Convention of Aguascalientes”, y las más
de veinte páginas que dedico en el apartado “El orador socialista y anticlerical”, en
el libro Aguascalientes en la encrucijada de
la Revolución Mexicana. David Berlanga
y la Soberana Convención, publicado en el
año 2004, o bien en el opúsculo “Anticlericalismo Revolucionario en Aguascalientes.
Acciones y reacciones”, en la revista Folio,
órgano del Archivo Histórico del estado de
Aguascalientes.
Por otro lado, para hablar de la relacion
Iglesia-Estado en tiempos de la Convención,
hay textos mejor documentados y más objetivos que el de Alfonso Taracena, La verdadera Revolución Mexicana, me refiero a los
trabajos de Luis Fernando Amaya, La Soberana Convención Revolucionaria, 1914-1916,
México, Trillas, 1966 y Robert Quirk, La Revolución Mexicana, 1914-1915. La Convención de Aguascalientes, México, Gobierno
del Estado de Aguascalientes-Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución
Mexicana, 1989.
Las cualidades y aportaciones son muchas:
a) Llena un hueco muy importante en la historiografía sobre el papel de la jerarquía eclesiástica
católica en el exilio, en el periodo 1914-1919.
b) Es también una historia de relaciones diplomáticas entre México y las más altas autoridades
eclesiásticas católicas en los Estados Unidos, en
la que de pronto se hacía presente el apoyo de la
Santa Sede (el Vaticano), la arquidiócesis de Toronto –a través de los jesuitas–, la embajada de
Japón, o bien algún cónsul norteamericano en
algunas ciudades mexicanas, tales como Tampico, Monterrey y Ciudad Juárez.
c) Es una historia fascinante, ya que pone al descubierto temas como el espionaje de las autoridades revolucionarias constitucionalistas, principalmente gobernadores y militares de alto
rango, sobre los miembros del clero católico;
en contraparte, las actividades clandestinas de
90
reseña
los obispos, escondidos en suelo mexicano y
protegidos por ciertas autoridades municipales
y el apoyo de los católicos, están presentes en
varios momentos del trabajo.
d) El tema no está agotado, pues se pueden realizar
futuras investigaciones con base en la consulta
de la prensa estadounidense y mexicana pro
y anticlerical para tomar el pulso a la opinión
pública, en relación con las trayectorias de los
obispos y sus regresos a sus respectivas sedes.
Como todo buen trabajo, el libro de Yolanda abre nuevas posibilidades de investigación:
• Los regresos triunfales de varios obispos a sus
respectivas sedes debieron haber llamado la
atención de los fotoperiodistas y la prensa ilustrada, pues registraron imágenes, por ejemplo,
del retorno del arzobispo Francisco Orozco y
Jiménez, en octubre de 1919, donde nos dice la
autora: “lo esperaban miles de personas, quienes lo recibieron con aplausos, llanto y gritos
de bienvenida entre edificios decorados, flores,
confeti y serpentinas”. Estarán de acuerdo conmigo que la escena debió ser impresionante y
desde luego muy fotografiable.
• La imagen, más que una mera ilustración que
acompañe el texto, también puede ser objeto
de análisis e interpretación, ya sea fotografía,
dibujo o caricatura publicadas en la prensa; o
bien, las colecciones de fotos que la propia Yolanda localizó en el Catholic Church Extension
Society de la Universidad Loyola de Chicago; el Catholic Archives of Texas, en Austin,
Mexican Seminary, así como las publicadas por
Vicente Camberos en su biografía sobre Francisco Orozco y Jiménez. También sería fascinante averiguar quién fue el fotógrafo, si era
profesional o aficionado, el tipo de equipo que
utilizó, en qué otros medios se publicó y con
qué fin; es decir, indagar acerca de la producción, reproducción y circulación de las imágenes y los propósitos de las empresas periodísticas y editoriales. Sabemos, por ejemplo, que
la revista La Ilustración Semanal publicó fotografías en que se observan protestas de cientos
de católicos por la aprehensión del vicario de la
arquidiócesis de México Antonio Paredes, 120
sacerdotes mexicanos y unos 70 extranjeros,
en febrero de 1915, por disposición del general
Álvaro Obregón; y, sobre todo, las caricaturas
rabiosamente anticlericales realizadas por José
Clemente Orozco (“Acúsome Padre”, “Monseñor Paredes en Veracruz”, “Huerta y el arzobispo”) y Miguel Ángel Fernández (“La trinidad
reaccionaria”), publicadas en Orizaba, Veracruz, en el periódico La Vanguardia, en mayo
de ese mismo año, diario dirigido por Gerardo
Murillo, el famoso Dr. Atl, propagandista político del carrancismo y, en ese momento, aliado
incondicional de Obregón.
En resumidas cuentas, Los desterrados.
Exiliados católicos de la Revolución Mexicana en Texas, 1914-1919, de Yolanda Padilla
Rangel, es una estupenda investigación, muy
bien documentada, deliciosamente escrita
que vale la pena leer, pues su relato se disfruta demasiado.